Este dogma ha sido objeto de reflexión, estudio y veneración durante siglos, alimentando tanto la teología como la devoción popular. Desde los primeros siglos del cristianismo, la creencia en la Asunción de María fue transmitida de generación en generación, consolidándose como una verdad espiritual que fortalece la fe de millones de creyentes. Sin embargo, no fue sino hasta el 1 de noviembre de 1950 cuando esta creencia se formalizó como dogma de fe, durante el pontificado del Papa Pío XII. A través de la constitución apostólica Munificentissimus Deus, el Papa declaró de manera solemne y ex cathedra que la Asunción de la Virgen María era una verdad revelada por Dios, que todos los católicos debían aceptar con fe firme y devota.
Este acto de proclamación no solo marcó un hito significativo en la historia de la Iglesia, sino que también reafirmó el lugar especial que la Virgen María ocupa en la espiritualidad católica. La Asunción es vista como un símbolo de esperanza y promesa para todos los creyentes, recordándoles que, así como María fue elevada al cielo, también ellos están llamados a participar en la gloria eterna de Dios. La festividad de la Asunción, por tanto, no es solo un recordatorio de la fe en la vida después de la muerte, sino también una celebración del papel fundamental que la Virgen María desempeña como intercesora y madre espiritual de toda la humanidad.
Cada año, el 15 de agosto, los fieles de todo el mundo se congregan en iglesias y catedrales para conmemorar este evento con misas solemnes, procesiones, y actos de piedad, renovando su fe en la promesa de la vida eterna y su devoción a la Madre de Dios. La Asunción de la Virgen María sigue siendo, en la actualidad, una de las festividades más queridas y veneradas dentro de la Iglesia Católica, uniendo a los creyentes en la celebración de la gloria divina manifestada en la vida y el destino final de María.