¿Cómo nació su vocación? ¿Con cuántos años la descubrió?
Andaba ya por el instituto cuando se formaron unos grupos de confirmación y me invitaron a participar. Allí empezó todo, pues me fueron mostrando a un Jesús que desconocía, que tenía mucho que aportar a mi vida y que de hecho empezó a llenarme de paz, a dar un sentido nuevo y mejor por el que vivir. Aportó una carga de hondura, una capacidad desconocida hasta entonces para contemplar la belleza de la vida, del interior de las personas y también de su fragilidad, empezando por mí mismo. Recuerdo que también fue por esa época cuando descubrí la alegría de entregarme sin media, del amor sin egoísmos, de orar un ratito y estar en paz. De hecho, fue entonces cuando le cogí gusto a ir cada tarde al barrio de pescadores de mi pueblo (Estepona). Celebraba la misa en la pequeña ermita de la Virgen del Carmen y luego me iba al malecón de levante a ver el atardecer, a rezar un rato. Un buen rato. Cada vez un tiempo más prolongado, y con mayor hondura. Una oración que fue horadando mi mundo interior hasta dejar un vacío de sentido que sólo Dios podía llenar. Aquella sed sólo se saciaba con su Amor y su Presencia, con su hermosura y abrazo. Sentado sobre aquellas piedras, rodeado de las criaturas, de los olores y vientos de la mar, cada barquito que entraba o salía de puerto empezó a tener una llamada personal, un significado vital: “ven conmigo y te haré pescador… de hombres”.
Si pudiera volver atrás, ¿volvería a ser sacerdote? ¿Qué sería si no fuese sacerdote?
Al principio de mi vocación estuve muy perdido. Empezó entonces una lucha feroz con Dios porque él me llamaba y yo no quería acudir. En el fondo lo deseaba, pero no me veía capaz, no quería renunciar a un estilo de vida “normal”. En aquella época intenté convencerme de que podía ser muchas otras cosas, pero ahora sé que no. El Señor me soñó desde el principio para ser suyo, para ser instrumento en sus manos, para ser ministro de su amor y misterio, para ser humilde siervo. Hoy no me planteo nada más. Dios me ha salvado de mí mismo, de mis desvaríos, del error de tomar otro camino. Quizás hoy podría ser jesuita, o misionero, monje benedictino o algo por el estilo, pero no creo que ningún otro oficio lejos de una consagración total a Él me pidiera aportar la paz que atesoro dentro.
¿Tiene alguna devoción? ¿Qué es lo que más le gusta de ser sacerdote? ¿Y lo que menos? Devociones tengo muchas. Son muchos los hombres y mujeres que han sido luz en mi caminar, pero una destaca sobre todas: mi devoción por María, nuestra Bendita Madre; con la advocación de la Virgen del Carmen, como la que más, por lo que significó y sigue significando en mi vocación. Yo consagré a sus pies mi ministerio porque sabía que por mí mismo no llegaría a buen puerto. Ella me ha sostenido, cuidado, iluminado e incluso zarandeado para que no me perdiera y a día de hoy siga siendo sacerdote; para que al menos intente no ser muy mal seguidor de su Hijo. Hay otra advocación, esta es crística; es a una imagen que representa un misterio escondido de Jesús, un momento de su suplicio que normalmente queda inadvertido, pero que después de tanto contemplar me mueve a intentar configurarme con Él. Me refiero al Señor de la Humildad y Paciencia, obra de Ruiz Montes y titular de la Cofradía de la que soy director espiritual. También disfruto mucho caminando con los hermanos de comunidad desde los grupos bíblicos y los talleres de oración. Cuando veo a gente sencilla quedar cada día más arrobada por la inmensa fuerza y sanadora presencia de nuestro Dios, me siento plenamente feliz al haberme sabido instrumento para ello. Me gusta también sobremanera saberme atravesado por la misericordia divina cuando en el sacramento de la Penitencia alguien, que viene roto, se siente amado por el Amor. Muchas veces yo siento el peso de la cruz, la misma cruz que esa persona acaba de soltar. Y le doy muchas, muchas gracias a Dios. Lo que ya no me gusta tanto son los entierros, especialmente de niños. Vosotros no sabéis que tuve que enterrar a una muy buena amiga con sus dos hijos y sus dos padres tras un accidente de circulación. Aún estoy cogido por aquella experiencia y cuando tengo que ir a un entierro, especialmente de niños, se me encogen las entrañas y se apodera de mí la inquietud.
¿En qué se sustenta su fe? Es decir, ¿qué tipo de acciones o hábitos realiza para mantenerla viva?
“A lo más gratuito hay que disponerse”, dice Dolores Alexandre. Tengo plena conciencia que mi fe es don y también es sostenida por el mismo Dios. Aunque eso no quita que yo la tengo que cuidar, mucho. Para poder sentir y vivir desde la Presencia que me inunda, tengo que envolverme de Dios, de Misterio, de su Amor. Si no oro en demasía, si no leo a los grandes maestros de la espiritualidad, si no me dejo redimir cada tarde en la Eucaristía, si no planto la vida en clave de servicio, entonces estoy perdido. Al momento sale lo peor de mí: ese maldito ego que acaba intoxicándolo todo con su estúpido juego egoísta. Sin embargo, cuando bebo del Misterio y me dejo llevar en volandas por su Espíritu, todo cambia, todo es más fácil y bello, todo alcanza otra dimensión. ¡No hay color! Sé que Jesús me llamó para ser suyo, para dejarme hacer por Él. Es mi Dios quien me sostiene y mueve, quien me ama y ama a todos en mí, o más bien desde mí. Yo sólo tengo que dejarme llevar, pues Él va por delante y sabe muy bien lo que hace. Aunque esto parezca sencillo de decir, no es fácil de hacer. Necesito cada día renovar especialmente la confianza. Fiarme de Él, como María. Decirle con todo mi ser:“hágase”, como María. Gestar en mi interior la Presencia, como María. Seguirle “por donde no sé”, como María y como diría san Juan de la Cruz.
¿Cuál es su tiempo litúrgico favorito? ¿Cómo lo vive?
Hay gente que distingue entre tontos de nacimiento (los belenistas) y tontos de capirote (los cofrades). Pues yo debo de ser muy tonto porque me gustan los dos. Bueno, la verdad es que me gustan todos los tiempos litúrgicos, especialmente la Navidad y la Semana Santa; sin olvidar sus tiempos preparatorios y expansivos como son la Cuaresma y la Pascua. Aunque de entre todos, si tuviera que elegir sólo uno, elegiría la Semana Santa. Quizás me diréis que la Semana Santa no es realmente un tiempo litúrgico. Cierto, pero es el TEMPO, el momento, el culmen y clave de todo lo demás. Allí está la Encarnación hasta la Kénosis, el completo abajamiento de Dios hasta el último peldaño de la humildad. Allí está el Penitente hasta hacerse pecado (por nosotros) y cargarlo hasta derrotarlo en la Redentora Cruz. Es allí donde sentimos su amor hasta el extremo, su entrega hasta vaciarse, su fuerza en la debilidad, la belleza de la humanidad en la desfigurada Faz del Hombre, su Victoria en la aparente derrota a manos del mal. Y sobre todo, es allí, en Semana Santa, donde descubrimos que cada paso de nuestro caminar, ya fue andado por Otro con amor; para otros, con amor; para mí, con mucho amor. Su Entrega, Pascua y Resurrección lo son todo para mí. Le dan el último sentido a mi vida y a mi misión. Cuando le quiebra la mano al mal rompiendo por siempre el pecado y la muerte, me siento salvado. Me sé salvado para siempre. Todos los tiempos, aunque ese especialmente, los intento vivir con intensidad y con profundidad. Orando mucho, celebrando con las carnes abiertas, expuesto y traspasado; envuelto de música, silencios y ecos de la Palabra. El Domingo de Ramos hago estación de penitencia con mi cofradía hasta la extenuación, hasta que mi cuerpo dice basta. Es poca cosa, pero me ayuda a sentir el sacrificio de mi Señor.
Dentro de la Iglesia, ¿quién es su mayor referente? ¿Tiene algún cura favorito?
Han sido muchos que ya no están, y sigue habiendo otros tantos que con su virtud y sencillez me estimulan a emular a Jesús. No quiero hablar de nombres, porque sería injusto con los que no refiriera. Son legión los buenos laicos y sacerdotes que han tenido una buena influencia en mi vida. Dios sabe hacer las cosas y siempre te pone en el camino hermanos que con su ejemplo, con su palabra, con sus consejos o sabiduría te ayudan a verte a ti mismo a la luz del evangelio descubriendo así lo que hay que afianzar o lo que hay que dejar morir. Algunas veces he pensado, sobre todo cuando era más joven e inconsciente, que la Iglesia tenía que ser más valiente, más decidida, más libre, coherente, evangélica… Como si la Iglesia no me ayudara, sino todo lo contrario, como si fuera una rémora o una carga. Luego, muchas veces al poco tiempo, he descubierto que siempre había gente en la Iglesia que iba siete pasos por delante de mí. Gente que era más pobre, más auténtica, comprometida, sabia, santa… Y entonces comprendía que había siempre espacio para ser más evangélico sin salirme de la Iglesia. Todos ellos me han ayudado a intentar seguir a Jesús con humildad y sobre todo… en comunidad.
Existen muchas realidades pero, si tuviese que elegir una Orden Religiosa, ¿con cuál se quedaría?
Yo reconozco dentro de mí dos almas, o al menos dos fuentes desde la que bebo la gracia. Una es apostólica la otra contemplativa. Una va de la mano de la otra y si perdiera alguna de las dos, entonces ya no me reconocería. En el hacer y en el orar, en lo social y en la intimidad, en la caridad y en el fuego del amor, creo encontrar el equilibrio. Un equilibrio que es danza, baile, vaivén. Dios, a veces me llama para abrazarme y luego enviarme, otras me expolia y arrastra por los rotos de este mundo para acabar encontrando que de nuevo sale a mi encuentro. También para restaurarme a mí. Él va y viene, viene y va. Y yo danzo con Él, intento seguir su son. Por esto que os cuento, hay siempre dos órdenes que me gustan especialmente: los jesuitas y los benedictinos. Los jesuitas tienen una formación exquisita, una especialización desde el respeto de los carismas personales magnífica y además saben leer como nadie las mociones del alma. De los benedictinos me seducen la armonía de sus pisadas en el claustro, la belleza de sus cantos en el oratorio, su regla de humildad en la celda, su constante oración envolvente. Me transmiten paz, me trasladan más allá del umbral de su Presencia. A mí me ordenaron un 11 de julio, día de San Benito. Igual el destino me estaba diciendo algo.
Si le preguntaran, cómo es o cómo se imagina que es el cielo, ¿cómo podría describirlo?
Todo el día en pelotas y de fiesta (es broma). Esa misma pregunta me la hicieron hace muchos años y recuerdo lo que nos reímos cuando les dije lo mismo. No soy muy imaginativo para esas cosas. Pero en el fondo creo que para mí lo importante no es lo que Dios es, porque eso ya nos lo ha revelado: es un Padrazo lleno de amor y misericordia a lo bestia. Quiero deciros que lo importante es lo que hará con nosotros: libertad absoluta (de la buena, claro). Libres de enredos, libres de complejos, de ataduras, de estrecheces, miedos, condicionamientos o introyectos. Libres para ser nosotros mismos según el hermoso proyecto de como Dios nos sueña. Y por ello, por haber llegado, por haberle dejado hacer, por poder participar de su victoria sobre las sombras, todos los días habrá fiesta, cada día será como ir de bodas, cada instante será como bailar al son de la música celestial. Y si ya aquí, hay días en que ver el amanecer sobre el mar es un auténtico espectáculo, ver aparecer por entre las nubes el radiante rostro del Altísimo, como Dueño y Señor de la vida, será la más hermosa de la contemplaciones. Si no estuviéramos muertos ya, nos moriríamos de gusto otra vez. Cada vez. Cada día. Dos o tres veces.
¿Qué espera de nuestro Grupo Joven? Expectativas.
No soy persona de crearme expectativas, porque ya he aprendido que al ser un soñador, siempre se me defraudan. Por eso he aprendido a ir a pasito corto, paso a paso; aceptando la realidad como un regalo que Dios me hace. Quizás ahora sólo pienso una cosa: ojalá lo que surja de aquí, fluya. Que sepáis fluir con lo que Dios os vaya pidiendo/ofreciendo en cada momento. Y ojalá yo sepa facilitar ese fluir de Dios. Ojalá no sea patoso y tampoco sea un estorbo. Me encantaría que cada uno de vosotros sienta conexión entre vuestra mayor sed de ser, con el Mayor Dador de vida. “Nunca más tendrás sed” le dijo Jesús a la mujer samaritana porque descubrió que ella andaba buscando, pero que no sabía ni el qué. Cristo puede saciar hasta inundar y desbordar de sentido toda la existencia. Ojalá podáis llegar a tener esa experiencia de sentiros bañados por tal derroche de amor y gracia. Os cambiará la vida. ¡Seguro! •
Cualquier otro tema de interés a añadir.
Que apenas os conozco, aún, pero ya os quiero. Besos y Bendiciones.